viernes, 2 de noviembre de 2012

Genara Fidalgo, madre de la Sierva de Dios



Monte de La Riera. Casa de los Fidalgo de Valle.

En los Montes de La Riera de Colunga, a 690 metros del caserío de El Barradiellu, en un cruce de caminos y con orientación al Mediodía, hay una pequeña casita de piedra. No sabemos cuándo se puso en pie, ni quién la habitó anteriormente. Sí sabemos que a partir de 1853 se convirtió en el hogar de los «Fidalgo del Valle». Cuentan que Francisco Fidalgo Carús fue criado en casa de Pedro del Valle y Josefa Pis, pero abandonó la casa para ir a servir al rey y, tras conseguir méritos militares regresó a los Montes de la Riera para contraer matrimonio con la hija de los que otrora fueran sus amos: la señorita Justa del Valle Pis. Las nupcias se celebraron en la parroquia de Santa María de Bierces el 28 de septiembre de 1853. Hasta diez fueron los hijos engendrados por el matrimonio: Cipriano, Manuela, Josefa, Benita, Carmela, Genara, Emilia, Rufino, Pastor y Ángela llenaron de vida y alegría el hogar, y por lo menos seis de ellos alcanzaron la edad adulta.
Genara Fidalgo del Valle
Era el día primero de noviembre del año 1865, y las seis de la mañana, según declaración de su padre, cuando Justa del Valle alumbró en su casa a la que bautizaron el mismo día con el nombre de Genara, según consta en el Libro de bautizados de la misma parroquia de Santa María de Bierces.
Los méritos militares de Francisco Fidalgo, la dote que aportó al matrimonio Justa del Valle y la buena administración de los mismos parece que consentía a la familia mantener buen nombre y vivir holgadamente en cuanto lo permitían los medios de la época y el ambiente rural en el que habitaban.
Sabemos poco, apenas nada de la infancia y juventud de Genara Fidalgo. Junto a sus hermanas Benita, Carmela y Eulalia recibió el sacramento de la Confirmación de manos de D. Benito Sáenz y Forés, Obispo de Oviedo, el 10 de junio de 1872. En la lista de confirmados aparece un nombre que, años más tarde, volverá a coincidir en los libros parroquiales con el de Genera Fidalgo: Nicolás Iglesias.
Se conocían desde siempre, coincidían en fiestas populares y celebraciones religiosas, dejaron de ser niños y se dedicaron a las tareas de labranza y empezaron a mirarse de otra manera hasta que se enamoraron. La cosa sentó mal en el hogar de los Fidalgo del Valle. D. Francisco había olvidado que, antes de emigrar en busca de méritos militares, había trabajado como criado al servicio de sus suegros y ahora ambicionaba para su hija alguien que luciera incluso más galones y medallas que los propios. A doña Justa la cosa no le sentó mejor, porque las madres, en su afán de buscar lo mejor para sus hijos todo les parece poco.
Para colmo Nicolás Iglesias había pasado por el Hospicio y, si podríamos admitir que Antonia Llames fuera no sólo su madre de crianza sino la propia, del padre nadie sabía nada.
Iglesia de San María de Bierces
Hubo disgusto grande en la familia, pero Genara y Nicolás sólo sabían aquello de que «el corazón tiene razones que la razón no entiende», y pusieron toda su ambición en crear juntos un nuevo hogar, en el que nacieran hijos que ellos educarían según los sanos principios de la recta moral y de la fe cristiana.
La novia se vio privada de su dote, pero no le importó. Contrajo nupcias con Nicolás Iglesias el día 2 de octubre de 1889 en la iglesia de Santa María de Bierces, y ambos establecieron su domicilio en el caserío de El Barradiello. Genara, que fue al matrimonio, decidida a ser fiel a su marido y a convertirse en la más ejemplar de las madres, dio a luz doce hijos entre agosto de 1890 y marzo de 1908. Solamente uno de ellos, Emilio no alcanzó la edad adulta.
Barradiellu. Casa de los Iglesias-Fidalgo
Tenía cuarenta y ocho años de edad cuando, el 21 de diciembre de 1913, murió repentinamente Nicolás, dejándole por patrimonio de su viudez: once hijos por colocar y una casa a medio construir.
Genara apareció a partir de entonces como la mujer fuerte y llena de sabiduría. Nunca aprendió a leer y a escribir y, sin embargo, leyó cada día los gozos y las penas, los temores y las esperanzas que la vida le iba poniendo delante, y escribió en el corazón de cada uno de sus hijos las mejores lecciones de ternura, de acogida, de respeto, de laboriosidad, de justicia y de sana religiosidad.
Genera Fidalgo junto a su esposo Nicolás Iglesias y su once hijos
No había pasado un año de la muerte de Nicolás Iglesias, cuando su viuda, tras abrazar a los hijos que emprendían los caminos de la emigración a América o se desplazaban hasta Oviedo en busca de un trabajo remunerado, fue conservando celosamente las fotografías que cada uno dejaba como recuerdo en el hogar.


La Sierva de Dios María Stella Iglesias
Para algunos, aquel abrazo fue el último que dieron a su madre. En marzo de 1924, Aurelia se despide también de su madre, pero cambia los proyectos de embarque o matrimonio por la vida religiosa. Su madre la abrazó, sin saberlo o tal vez sí, que aquella despedida era hasta el cielo. Convertida en H. María Stella Iglesias, volvería muchos años más tarde al Barradiello, donde todo hablaba de una gran mujer cuya existencia no ha podido desvanecer el silencio de la historia porque una de sus hijas, sin haber salido nunca de España, iba a convertirse en ciudadana del mundo, apóstol de la devoción mariana que le transmitió su madre y mensajera de la Buena Nueva de Jesucristo: la Sierva de Dios María Stella Iglesias Fidalgo.