Así transcurrió la vida terrena de la Sierva de Dios María
Stella Iglesias Fidalgo.
Era la última primavera del siglo XIX cuando Genara Fidalgo
alumbró por séptima vez y abrazó sobre su pecho a una niña, como la más hermosa
flor que aquella primavera pudiera regalarle. Al día siguiente su marido, Nicolás
Iglesias, acompañado por los padrinos de la recién nacida, la llevaron hasta la
iglesia de Nuestra Señora del Carmen en la Riera de Colunga, para pedir el
bautismo a la Iglesia e imponerle el nombre de María Aurelia.
Pequeña es la aldea de Barradiello que la vio crecer;
sencilla y pobre su casa y el entorno social; menudita de estatura, María
Aurelia crece en valores humanos y cristianos al abrigo de una familia donde la
acogida, la alegría, el socorro a los más pobres, el respeto a las personas, la
devoción mariana y el santo temor de Dios ofrecen el mejor terreno para quien
se siente llamada a escalar cumbres de santidad.
No abundan las noticias de su infancia y adolescencia; no
tenemos un diario de su juventud. La iglesia de La Riera, conocida también como
de Santa María de Bierces, fue escenario de su primera comunión, y de la
confirmación. Tras la muerte de su padre,
y como tantas otras jóvenes de su época, dejó atrás los montes, los prados y el
mar para irse a la ciudad de Oviedo en busca de un trabajo remunerado.
Allí creyó haber encontrado el amor y en el horizonte se
dibujaron proyectos de matrimonio y de emigración allende los mares. Pero en el
cielo de Oviedo, una estrella lucía con brillo particular: Aurelia sintió cómo
Alguien encendía una lamparilla en lo más hondo de su ser, para iluminar un
nuevo camino y dirigir sus pasos hacia un proyecto de santidad que se
consumaría en la entrega de todo su ser.
Las más grandes experiencias solo se explican con palabras
sencillas: «¡Ni me caso ni me embarco,
que me meto monja!». Así de explícita y categórica despejó cualquier duda
acerca de su futuro. No faltó quien lo tachara de locura. ¡Santa locura la de
Aurelia Iglesias Fidalgo! que la llevó a Madrid y allí, con el hábito religioso
de la Congregación de Religiosas de María Inmaculada recibió el nuevo nombre de
María Stella.
Yo no sé si las superioras o formadoras reflexionaban mucho
los nombres religiosos que imponían a las novicias, pero en este caso va a ser
la mejor síntesis de su vida y santidad. No hizo falta añadirle el de ‘María’
porque le había sido impuesto en el bautismo, pero si una estrella había
iluminado el camino que la llevó hasta la consagración religiosa, durante
cincuenta y ocho años va a ser ella la lamparilla que en manos de la Virgen
vaya iluminando caminos en Córdoba, en Almería y, sobre todo en Granada.
Las niñas del internado, las adolescentes y jóvenes que se
preparaban para trabajar o que servían ya en casas de familia, las residentes
trabajadoras o universitarias, las colegialas casadas, los pobres en las calles
y hospitales de Granada, las señoras y familias donde estaban colocadas las
colegialas, la comunidad, su familia de sangre. En el corazón de H. María
Stella cabían todos y a cada uno alcanzaba el brillo de una luz, algo natural y
algo extraordinaria, que se irradiaba desde los ojos, la sonrisa, las manos o
los pies de aquella religiosa pequeña de estatura que calzaba alpargatas para
no hacer ruido.
Iluminando y sin hacer ruido vivió la Sierva de Dios María
Stella Iglesias: una oración, una sonrisa, un consejo, una palabra de consuelo,
algún alimento, algunas ropas, unas medicinas… pequeños gestos que alargaban el
radio de acción del amor a Dios y a las personas que centelleaba en la vida de
H. Stella.
Cuando la edad y los achaques mermaron sus facultados, no
perdieron brillo sus ojos, ni afecto su corazón, ni intensidad su oración. La
pluma de H. María Montserrat Basterra inmortaliza uno de tantos momentos
protagonizados en Granada en el periodo de ancianidad de H. María Stella,
cuando las antiguas colegialas volvían a visitarla:
¿Me conoce, Hermana Stella?
¿Se acuerda de los trabajos
que le dí en mi juventud …
ya que era bastante trasto?
La miraba y remiraba, recordando… recordando…
“El nombre no lo recuerdo…
han pasado tantos años…
Pero el corazón me dice
que es mucho lo que te he amado…”
Ahora eres madre, y tus hijos
necesitan tus cuidados…
Dales cuanto tú aprendiste
de este colegio al amparo.
Que quieran mucho a la Virgen,
Ella guiará sus pasos…”
Granada, principal escenario de su amor incondicional, de su
oración constante y de su trabajo ininterrumpido, vio como el 24 de noviembre
de 1982, una pequeña estrella aceleraba su órbita hacia la fuente misma de la
Luz. En el rostro de H. María Stella se dibujó la última de sus sonrisas,
mientras se abandonaba definitivamente en los bazos de la Santísima Virgen.
Con el paso de los años el brillo de aquella estrella fue en
aumento, quienes conocieron personalmente a H. Stella Iglesias, sintieron que
su presencia seguía siendo real y muy intensa, por eso le pidieron al Obispo de
Granada su bendición para tenerla como intercesora y a los veinticinco años de
su muerte quedó abierto del Proceso para la Beatificación y Canonización de la
Sierva de Dios María Stella Iglesias Fidalgo.