El silencio guardará celosamente los nombres de los
sacerdotes que había en el altar y nos dejará con el deseo de saber si aquel
domingo, 21 de septiembre de 1924,
M. María Teresa Orti lo pasó en el Noviciado de Ríos Rosas o en la Casa Madre. Pero sí sabemos lo que ocurrió por la mañana en la capilla del noviciado.
Por las calles de Granada |
En los últimos años de su vida, M. María Teresa,
hizo del noviciado casi su segundo domicilio y no será muy aventurado sospechar
que estaría allí, presenciando una ceremonia que por repetida no dejaba de ser
siempre nueva, para las protagonistas y para quienes les acompañaban porque
nueva es siempre la gracia con la que el Espíritu Santo inunda el corazón de
los miembros de la Iglesia.
Aquel amanecer primero del otoño de 1924, tuvo luces
de primavera en el noviciado de las religiosas de María Inmaculada porque la
novedad del Espíritu es siempre promesa de fecundidad y vida.
Siguiendo el formulario de la ceremonia se oyeron
tres nombres: María Páramo, Celestina Bengoa, y María Aurelia Iglesias y en
respuesta a cada nombre, una respuesta firme en la voluntad y temblorosa en la
garganta: «Aquí está la sierva del Señor», mientras se acercaban al altar para declarar
su voluntad de ingresar como novicias en la Congregación y vivir en ellas todos
los días que el Señor les concediera de vida.
Allí declararon ser mil veces dichosas viviendo
pobres, obedientes y moritifcadas trabajando sin descanso por el bien y la
salvación de las jóvenes acogidas.
Vestidas ya con el hábito religioso y cubiertas sus
cabezas con el velo que el sacerdote les había entregado después de
bendecirlos, las nuevas novicias oyeron los nuevos nombres por lo que iban a
ser reconocidas en adelante: a María le fue impuesto el de Vicenta María de
Jesús; a Celestina el de María Eustaquia y a María Aurelia el de María Stella. De las tres solamente la
más joven de ellas, H. María Stella Iglesias iba a mantenerse fiel hasta la
muerte a aquella palabra dada.
Las palabras y los gestos señalados por el
formulario para aquella ceremonia se iluminan en la vida de la sierva de Dios María
Stella Iglesias, como la mejor síntesis
de su programa de vida.
Rosario utilizado por la sierva de Dios María Stella Iglesias |
Al entregarle el velo, el sacerdote la invitó a ser
modesta, grave y observante religiosa y H. María Stella fue ejemplo de
sencillez y compostura. Con una vela encendido la exhortó a procurar con todas
sus fuerzas a mantener siempre viva la llama de la fe y a trasnmitirla con las
buenas obras y H. María Stella se hizo digna de ser admitida en el número de
las esposas de Jesucristo hasta oir en la hora de su muerte la invitación: Ven,
esposa a recibir la corona que mi Padre te preparó y con ella la
bienaventuranza eterna. El último signo que la sierva de Dio recibió aquel día,
nunca se apartó de entre sus dedos: el Rosario como prenda de una protección
especial de la Virgen María. La sierva de Dios rezó y repitió devotamente el
santo Rosario cada día, e imitió cuanto pudo las virtudes de la Inmaculada,
acercando a la Madre bendita a cuantos tuvieron que ver con ella a lo largo de
de toda su vida.
La vida ejemplar de la sierva de Dios nos invita a
una mayor coherencia de fe, a una más auténtica vida cristiana y a un desvelo
continuado por aliviar penas y necesidades ajenas.